domingo, 8 de enero de 2012

EL TRANVÍA 277: UNA LARGA HISTORIA EN COMUN


Cuando llegué a la Asociación Rosarina Amigos del Riel en 1987, para requerir material que resultase de utilidad en la realización de un audiovisual que habría de presentar como trabajo práctico de primer año en la Escuela Provincial de Cine y Televisión, me encontré con un activo grupo humano que sentía cada vez más cerca la concreción de su proyecto fundacional: la puesta en marcha del Tranvía Histórico.
Por entonces, se trabajaba en el arenado de la estructura de la carrocería, rescatada unos años antes de la ribera del río Paraná; se realizaban estudios por medio de la Universidad en la sede del Centro de Ingenieros; ya estaba en Rosario el truck traído del Uruguay, y se encontraban prontos a llegar desde Bélgica los controllers reacondicionados que el Museo de Transporte de Bruselas vendió por intermedio del amigo Alain Piette.
Llegar a esa instancia no había sido sencillo: la ilusión coincidente de los fundadores de la A.R.A.R. Ramón Farreró Gou y Ángel Romano, era la de tener un tranvía rosarino como evocación histórica. Buenos Aires ya lo tenía desde 1980 mediante un coche Brill adquirido a Portugal; Rosario había contado con dos unidades remanentes que hasta 1976 subsistieron en la antigua estación tranviaria, pero por alguna razón esas máquinas desparecieron. La esperanza era entonces la carrocería sobre neumáticos del coche 291, que se la utilizaba para transportar niños, remolcada mediante un tractor.
Se sabía que la carrocería del coche 277 existía aún. Estaba semi sumergida en la barrosa ribera del río, a la altura de Villa Diego. Junto al “276” y “278”, el “277” había conformado una trilogía de tranvías experimentales con diferentes equipos eléctricos, para evaluar calidades y desempeños con vistas a adoptar los mejores componentes en una nueva flota estandarizada, objetivo que no llegó a concretarse de la manera deseada.
Pues esa carrocería se rescató, y con el tiempo, miembros de la A.R.A.R. y de los talleres municipales fueron restaurándola. En tanto, el Concejo Municipal brindó la legalización e institucionalización del proyecto, sancionando la ordenanza que creaba la Comisión Técnica Ejecutiva y Administradora para el Tranvía Histórico, de la cual los Amigos del Riel forman parte fundamental, y que asimismo dispone la afectación de personal, bienes y maquinarias municipales al servicio de la reconstrucción y puesta en marcha del circuito.
En 1988 me sumé a la Asociación y tuve el honor de aportar mi colaboración al proyecto. Pasaron los años con altibajos. Pese a la disposición escrita relativa a la percepción de recursos, no siempre fue posible contar con la colaboración municipal en la práctica. Recelosos funcionarios de carrera, operarios con mañas, personajes políticos con más apuro que ideas, generaron dilaciones. Pocos entendían que un proyecto de esta magnitud no se concreta de un momento para otro. Aún hoy es difícil que un político comprenda que reconstruir todo un tranvía desde cero no es algo que se pueda comprar como quien retira una lata de tomates de la góndola de un supermercado, o como ir a comprarse zapatos. Piensan, suponen, que es más fácil de lo que parece. Los más osados que subestimaron a la A.R.A.R. y avanzaron sobre nuestra paciente labor, se dieron cuenta que era más complicado de lo que imaginaban y terminaron claudicando: los funcionarios políticos pasan y los Amigos del Riel quedan…
Pero las cosas avanzaban: la estructura de la carrocería ya estaba reparada, lo mismo que los ejes con sus ruedas, reacondicionados en los talleres ferroviarios de la ciudad de Pérez. Asimismo, los motores de tracción fueron enviados a esos mismos talleres, y también a otros establecimientos para su revisión. Los elementos del truck (bandeja en donde se montan las ruedas y motores) fueron objetos de una reparación profunda que corrigió desgastes y deformaciones. Ello se hizo sin cargo en una importante industria metalúrgica, por gestión de la A.R.A.R.
1993 significó el paso más trascendente: la reparación de la carrocería, en un taller de Villa Gobernador Gálvez. El proceso duró más de lo pactado, generando no pocos conflictos, pero los resultados, si bien no son equiparables con el aspecto del coche al momento de su inauguración en 1939, son satisfactorios. Por fin el tranvía tenía apariencia de tal.
En ese momento, sin embargo, se iniciaba un extenso letargo: la permanencia del coche en la Dirección General de Talleres Centrales tenía el visto bueno de quien era su director por entonces, pero no de gran parte del personal de la repartición. Ese recelo obstaculizaba el concurso de cualquier persona que quisiera dedicarse al tranvía en esas instalaciones (incluidos nosotros). La jubilación de los artesanos tranviarios que hasta entonces rehicieron el 80% de las piezas de madera necesarias, implicaron la contratación de profesionales externos, que debieron soportar el desaire y la mala voluntad del personal propio.
En tanto, durante los últimos años de la gestión del Dr. Cavallero al frente de la Intendencia Municipal, y todo el período de mandato del Dr. Binner, el tranvía 277 careció de toda decisión política que lo mantuviese en reconstrucción. Fue un largo “invierno” para el coche. Sólo espasmódicos atisbos de reactivación cada vez que se avecinaba un período de elecciones. Nuestra respuesta siempre fue la misma: “ni teniendo todo el dinero a veces es posible tener en pocos plazos determinados trabajos o piezas”. Al no poderse hacer en “dos meses”, los políticos perdían interés, y todo continuaba dormido.

Mientras tanto, nos dimos el gusto de que Don Ulises Boschetti, histórico letrista y fileteador de la ex Empresa Mixta, pintase los números y las insignias del “277”.
Por suerte, los vientos cambiaron, y con la llegada del Ing. Miguel Lifschitz a la Intendencia Municipal a partir de fin de 2003, las perspectivas para con la A.R.A.R. cambiaron, y el nuevo mandatario local demostró interés en reactivar el tranvía. Con él fueron posible retomar algunos trabajos dentro de Talleres Centrales; celebrar el centenario de la inauguración de los tranvías mediante un hito histórico en el centro rosarino, y el traslado de la carrocería del “277” al Monumento a la Bandera, para adherir a su cincuentenario. En el medio, gracias a la autodeterminación de la A.R.A.R. pude escribir mi segundo libro, “Tranvías de Rosario”, que editamos para difundir la historia de este medio de transporte en la ciudad.
El Intendente nos impulsó a concluir el tranvía, y si bien algunos de sus colaboradores prestaron toda su capacidad, la renuencia persistía en otros. Los fondos otorgados por la intendencia resultaron de gran utilidad para acelerar trabajos, pero no todos pudieron efectuarse, ya sea por falta de recursos o porque determinadas fases tienen sus inevitables tiempos de instrumentación.
Los motores de tracción habían entrado en la etapa decisiva -eso es lo que creíamos- y la generosa colaboración de una concesionaria ferroviaria local nos permitía vislumbrar que las antiguas máquinas serían por fin puestas en marcha. Pero la promesa incumplida de un establecimiento que había ofrecido efectuar la reparación de manera gratuita, más nuevos problemas que fueron surgiendo a medida que los motores se analizaban en profundidad, nos generó zozobra y repetidas demoras.
Un hecho significativo nos ocurrió al sufrir el hurto de más de diez kilómetros de alambre de línea aérea de cobre electrolítico que habíamos depositado en Almacenes Centrales (también de la Municipalidad) para el montaje del circuito de catenaria por donde funcionaría el tranvía. Se hizo el sumario, pero no aparecieron responsables. Algo similar sucedió tiempo después, cuando un rollo similar, fue “desaparecido” de Talleres Centrales, en un sector contiguo a donde se encontraba el “277”. En este caso, la sustanciación de un expediente y posterior sumario por parte de la A.R.A.R. nos significó una carrera de hostilidad allí dentro, que incluyó amenazas, insultos, y un irreversible boicot para el tranvía. Esa situación distó mucho de ser corregida siquiera por el Secretario de Obras Públicas del Área.
Con tan insostenible clima, evaluamos el traslado a otras dependencias, siempre haciendo valer la ordenanza original que dispone el uso y servicio de toda la infraestructura municipal para el proyecto del Tranvía Histórico. Una de las posibilidades, fue pedir el traslado de la carrocería a la estación de trolebuses de la línea K, en la zona Oeste. A principios de 2010 me entrevisté con la Gerenta General del Ente del Transporte de Rosario, Ing. Mónica Alvarado, y le planteé esa necesidad. Con total celeridad, la funcionaria arbitró los medios e interesó al Intendente para favorecer este traslado.
En febrero de ese mismo año nos convocaron, pues, desde el Directorio de la empresa S.E.M.T.U.R. para comunicarnos que accedían no sólo al traslado del “277”, sino que ofrecían su colaboración para terminarlo y ponerlo en marcha. En esa misma reunión nos manifestaron su intención de reconstruir y poner en marcha al trolebús FIAT, que los Amigos del Riel habíamos reservado durante años para su restauración como pieza de museo.
Pero parecía que la Secretaría de Obras Públicas no iba a dejar de crearnos contratiempos: por reformas en Talleres Centrales, nos instaron a retirar el tranvía más todas las piezas y herramientas almacenadas en un pequeño depósito. En alguna medida, era una decisión tomada la evacuación del “277”, por cuanto el clima de hostilidad en esa repartición era insostenible. No obstante, el traslado se realizó de manera descuidada y compulsiva, cuando la delicadeza de los trabajos a efectuar aconsejaba dedicarle más tiempo a la planificación del viaje hasta la estación de trolebuses.
Así las cosas, el 2011 fue un año movido, con la reinauguración del trolebús FIAT Nro. 39, y el entusiasmo del Intendente Lifschitz quien, lamentablemente, no pudo ver terminado el tranvía antes de la conclusión de su mandato.

Como reflexiones finales, pienso que para los conocedores de estos temas lo relatado no resulta extraño, pero para los neófitos, quizás esta sucesión de contratiempos pueda ser interpretada como un accionar ineficiente o inoperante de los Amigos del Riel. Nada más lejos de la realidad; y sin ánimo de victimizarnos, el proyecto del Tranvía Histórico es una carrera de obstáculos matizada con el destrato de algunos funcionarios y la animosidad de otros tantos.
Lo que es innegable y ésto lo quiero recalcar ante lo que pueda venirse, es que la Asociación Rosarina Amigos del Riel es la madre de esta iniciativa al igual que de la reconstrucción del Trolebús 39 y de las Locomotoras Ruston de Y.P.F. Quienes así no lo acepten, además de ser necios, estarán pecando de mentirosos.
Estoy convencido que más tarde o más temprano tendremos el “277” circulando, y el Pueblo de Rosario será testigo de una historia de décadas, que no podrá soslayarse ni por el dinero ni por el poder.

MARIANO CÉSAR ANTENORE
Enero de 2012.